Padre Nuestro Oración

“Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
y perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
y no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
Amén.”

Padre Nuestro

La plegaria del Señor, o Padre Nuestro, (del latín, Pater Noster) es la única fórmula de oración atribuida a Jesucristo. Aparece dos veces en el Nuevo Testamento: en Mat. 6:9 – 13 y, en una versión más corta, en Lucas 11:2 – 4. En Mateo la oración se compone de una invocación y siete peticiones, las primeras tres de las cuales piden la glorificación de Dios, y las cuatro últimas, la ayuda y la guía divinas. En algunos manuscritos antiguos se encuentra una doxología final, “Porque tuyo es el Reino, y el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén.”

Aunque el término latino oratio dominica es de principios de la era cristiana, la frase “Oración del Señor” no parece haber sido muy familiar en Inglaterra antes de La Reforma. Durante la Edad Media, el “Padre Nuestro” siempre se rezó en Latín, aún por la gente sin educación. Por ello, era conocido comúnmente como el Pater noster. El nombre “Oración del Señor” le es dado no porque Jesucristo utilizara esta oración para sí mismo (ya que al pedir perdón, esto significaría que El tuviera un pecado por el cual pedir perdón), sino más bien porque El enseñó esta oración a sus discípulos. Toda oración cristiana se basa en la Plegaria del Señor, pero su espíritu se guía también por el de la Oración en el Huerto y de la oración registrada en Juan, 17. El Padre Nuestro es el tipo comprehensivo de la oración más simple y universal.

En cuanto a la oración misma, la versión de San Lucas 11, 2-4, dada por Cristo en respuesta a la solicitud de sus discípulos, difiere en algunos detalles menores de la forma introducida por San Mateo (6,9-15) en medio del Sermón de la Montaña, pero claramente se ve que no existe razón alguna por la cual estas dos ocasiones deban ser referidas como la misma o la única. Sería un hecho casi inevitable que si Cristo enseñó esta oración a Sus discípulos, tendría que haber repetido la oración más de una vez. Debido a la forma en que el Padre Nuestro está contenido en la “Didajé” de los Apóstoles, es probable que la versión de San Mateo haya sido la que adoptó la Iglesia desde el principio con fines litúrgicos.

Los primeros cristianos tenían un gran respeto por la Oración dominical. La Oración dominical no se enseñaba a cualquiera. Su rezo constituía un privilegio que solo se otorgaba a los que ya habían recibido el bautismo. Era lo último que se enseñaba a los catecúmenos y solo hasta la víspera de su bautismo. Era la máxima y más preciada joya de la fe.

En la Iglesia primitiva el rezo del Padre nuestro estaba reservado para el momento más alto de la celebración que a la postre el catolicismo llamaría misa. La hacían preceder de fórmulas que señalaban su respeto. Estas fórmulas han sido heredadas por Iglesias en sus liturgias actuales: en la liturgia de la Iglesia oriental se dice como introducción: «Dígnate, oh Señor, concedernos que gozosos y sin temeridad, nos atrevamos a invocarle a ti, Dios celestial, como a Padre, y que digamos: Padre nuestro…». En la primitiva liturgia romana el sacerdote precedía la oración con la frase: «nos atrevemos a decir», reconociendo la enorme audacia que hay en repetir palabras consideradas tan santas por el cristianismo.

El Padre Nuestro ilustra el tipo de oración propio de la persona que adora profundamente y sin hipocresía. Todo el Sermón de la Montaña (Mat. 5-7) se sigue de la declaración de Jesús en 5:20: “Porque yo os digo que, a menos que vuestra justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley, de ninguna manera entraréis en el reino de los cielos”. Tres expresiones de adoración genuina se dan en forma germinal en 6:1-18: (1) la limosna (2-4); (2) la oración (5-6, con 7-15 como modelo); y (3) el ayuno (16-18). El tema de 5:20 se aplica a estas tres áreas y se articula en la advertencia “Cuidaos de practicar vuestra piedad delante de los hombres de modo que os vean; porque así notendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos” (6:1). La advertencia es contra el actuar ante un público; aquellos que dan, oran o ayunan superficialmente tendrán su recompensa (parte a, repetida en 6:2, 5, 16). Los que oran genuinamente recibirán su recompensa de Dios, que ve el el “krypto”, en secreto (parte b, repetida en 6:3-4, 6, 17-18). La frase y el párrafo de 6:1-18 (con 6:19-21 como resumen) traen a colación el contraste superficial/ profundo e ilustran el modelo dominical de la enseñanza de Jesús, recogido por Pablo en su antítesis del “katá sarka” (según la carne) y “katá pneuma”, según el espíritu (como en Gal. 5:16-24).

La era escatológica irrumpió con la venida de Jesús, y ahora la ley ya no está inscrita en piedra sino en el corazón (Jer. 31:33). La verdadera oración debe ser una respuesta profunda y espontánea a Dios, no un juego superficial en público simplemente para acopiar favor ante el mundo. Los pensamientos en la unidad más grande de 6:1-18, con el resumen de 6:19-21, aclaran el serio contraste de contrarios en que debe entenderse el Padre Nuestro.

El relato en los evangelios


En los dos evangelios, es Jesús quien enseña el Padrenuestro a sus discípulos para enseñarles el modo correcto de orar. El relato evangélico parece indicar que sus seguidores tuvieron una completa confianza en sus enseñanzas. Se debe recordar que la religiosidad judía era muy rígida y tenía ritos y oraciones muy precisos. La relación con el Ser Eterno, que según sus creencias regía todo lo que existe, era algo muy delicado y por eso le piden a Jesús que les enseñe el modo correcto de dirigirse a Él; pues de acuerdo a ellos, sólo una persona muy cercana a Dios podría conocer la manera correcta de hablarle, siendo Jesús esa persona para ellos.

Con la oración que les enseña, Jesús trata de romper con las actitudes que alejaban al hombre de Dios, y busca una sencillez que facilite el diálogo con ese Absoluto que Jesús llamó Padre.

Relato de Mateo

La oración aparece en el contexto del Sermón de la montaña. Jesús había comenzado ya su vida pública, y debido a que ya era un conocido predicador congregó a mucha gente que quería recibir sus enseñanzas. Decidió subir a un monte para que todos pudieran escucharle, y una parte importante de las enseñanzas cristianas se basa en este pasaje evangélico: las bienaventuranzas (Mt 5:1-12), la comparación de los discípulos con la luz del mundo (Mt 5:14-16), la actitud de Jesús con respecto a la Ley de Moisés (Mt 5:17-20), y sus comentarios sobre los mandamientos (Mt 5:21-37), entre otras enseñanzas fundamentales para los cristianos.

El contexto en el que Jesús expone el Padrenuestro es el del reproche hacia aquellos, tanto judíos como gentiles, que han convertido la oración, como la limosna, en un hábito meramente externo (Mt 6:5-8). Jesús recomienda orar en secreto y con sencillez, y les ofrece el Padrenuestro como ejemplo de oración sencilla para dirigirse al Padre.

Relato de Lucas

En el evangelio de Lucas el Padre nuestro aparece en la sección que es denominada el viaje a Jerusalén: es precedido por la exposición de la parábola del buen samaritano (Lc 10:30-37) y por el episodio de la disputa entre Marta y María (Mt 10:38-42). El relato parece sugerir que Jesús estaba orando solo y muy concentrado en lo que el evangelio llama «cierto lugar», por lo que nadie se atrevía a interrumpirlo, y sólo cuando terminó su diálogo con el Eterno uno de sus discípulos le pidió que les enseñara a orar, como también Juan enseñaba a sus discípulos. A continuación, Jesús les explica el Padrenuestro, en una versión más corta que la de Mateo y que contiene sólo cinco peticiones. El texto de Lucas dice:

«Padre, santificado sea tu nombre; venga tu reino; danos cada día el pan que necesitamos; perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos ofende; y no nos dejes caer en la tentación.» (Lc 11:2-4).

Comparación de los relatos. Lucas narra que uno de los discípulos le pidió a Cristo que les enseñase a orar después de que Jesús mismo hubo terminado su oración en solitario. En Mateo no aparece la petición del discípulo, fue iniciativa del propio Jesús enseñarles a orar con el Padre nuestro.

Las diferencias entre las dos versiones son las siguientes:

      * La invocación: Lucas invoca a Dios sólo como Padre y Mateo como Padre nuestro que estás en el Cielo;
      * En Lucas no aparece la petición de Jesús de que se realice la voluntad de Dios así en la tierra como en el cielo;
      * En Lucas no se menciona la petición «líbranos del mal».

El fondo de los dos relatos es el mismo: Jesús enseña a su gente cuál es la forma correcta de dirigirse a Dios. Sin embargo, Mateo la desarrolla de manera más extensa y profunda. El relato de Mateo sobre el Padre nuestro resulta más apasionado, puesto que en él Jesús está sobre una montaña rodeado de una muchedumbre ansiosa por escuchar sus palabras; en el relato de Lucas, en cambio, un Jesús más espiritual, orando en solitario, causa la admiración de un discípulo, quien espera pacientemente a que termine su oración para pedirle que le enseñe a orar.

La incorporación de la doxología final


La última frase de la oración (Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre Señor. Amén) recibe el nombre de doxología final.

Esta parte de la oración se reza al final en algunas ocasiones específicas. En esta partícula se manifiesta el total reconocimiento por parte del orante de que Dios es un ser absoluto y supremo que no tiene principio ni fin. Algunos creen que es auténtica, basándose en una alabanza del Antiguo Testamento, mientras que otros afirman que se trata de un añadido posterior.

Según, la doxología final surgió entre los siglos II y III de la era cristiana. Según Joachim Jeremias, era inaceptable que la oración terminara con la palabra tentación, por lo cual la Iglesia primitiva añadió para el uso litúrgico esta doxología, basándose probablemente en el texto de 1 Crónicas 29:11-13.


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